Parálisis de sueño

Seiji Arakaki Hirano

Está ahí. Al pie de la cama. Delante del televisor. Una silueta oscura como la noche. Una sombra. Me sorprende poder diferenciarla en medio de mi habitación a oscuras. Debe de ser un efecto de la luz. El color negro es ausencia de luz. Deben de ser las 3 a. m. o cerca de las 3 a. m. Desde que me mudé, hace una semana, tengo pesadillas. Me despierto de madrugada y no vuelvo a dormir hasta pasadas las 4 a. m. Sueño con una anciana que me dice que me vaya de su casa. Pero esta vez es diferente. No he tenido una pesadilla. Más bien, de cierta manera, estoy en la pesadilla. Abro la boca y no emito ningún sonido. No puedo hablar ni moverme. Lo único que me queda es mirar hacia delante, hacia donde está la sombra, y percibo, aunque suene extraño, que me devuelve la mirada. No me desespero. Estoy acostumbrado. Me pasa de vez en cuando, sobre todo cuando me siento agotado. Algunas personas asocian la parálisis de sueño con fenómenos paranormales, espíritus y fantasmas, o incluso demonios. Pero yo no. Por eso no desespero. Soy un hombre de ciencia. O, al menos, trato de serlo. Me inclino más a pensar que se trata de una anomalía del sueño. Cuando dormimos, el cerebro manda señales al cuerpo para que este se relaje y no se mueva. Esto sucede para impedir los movimientos mientras estamos en ese estado. Otra anomalía de este mecanismo es el sonambulismo, en el cual la persona se mueve mientras está dormida. Podemos decir que, en la parálisis de sueño, ocurre lo contrario al sonambulismo. La conciencia se despierta antes de que el cuerpo recupere su movilidad. Lo único que me queda es esperar a que mi cuerpo despierte. Por eso, no desespero, porque no es muy diferente de otras anomalías como el insomnio o roncar demasiado. Para mí, la relación con lo paranormal obedece a otras causas, como el miedo a lo desconocido. Cuando nuestra mente no entiende algo, rellena esos espacios vacíos con fantasías, mitos, leyendas, teorías y chismes. No la culpo. Al fin y al cabo, son rezagos evolutivos. Le tememos a la oscuridad porque, para nuestros antepasados, significaba estar a merced de los depredadores nocturnos.

La sombra se desplaza hacia un lado de la cama y se detiene. Me resulta difícil reconocer facciones o algo parecido a un rostro. Solo es oscuridad. Me doy cuenta de su movimiento porque alcanzo a ver la luz roja (del apagado) del televisor, que antes no podía ver. No me sorprende. Ni me asusta. Las alucinaciones visuales son comunes en las parálisis de sueño. Pruebo mover los dedos, pero nada. Sigo en estado catatónico. ¿Dónde estaba? No la culpo. Es lo más natural y esperable, ya que resulta contraintuitivo pensar de manera científica. Un claro ejemplo son las puestas de sol. Según nuestras percepciones, «vemos» al sol descender y hundirse en el mar. Aquella percepción es lo más cercano a nuestra experiencia. Sin embargo, sabemos que es una ilusión, un efecto causado por la rotación de la Tierra. De la misma manera, pensar en la parálisis de sueño en términos paranormales no es más que el producto de una mente infantil y primitiva. Para mí, está claro que lo que me ocurre ahora es una alteración del sueño-vigilia, consecuencia del estrés y el cansancio acumulados durante las últimas semanas. Nada más. Nada menos.

Percibo que la sombra se acerca por mi lado izquierdo, bordeando la cama. En las últimas semanas, se me juntaron y mezclaron varias cosas. La mudanza, que coincidió con la publicación y las presentaciones del último libro. Y, sobre todo, enterarme de la muerte de Giovanni. Aunque no éramos cercanos, su muerte me ha llegado a afectar. Giovanni era un compañero de colegio. Nunca llegamos a entablar una amistad. Solo era un conocido. En la última reunión de exalumnos, me enteré de que había fallecido de una enfermedad extraña algunos meses atrás. De un momento a otro, cayó en un coma profundo y, a los pocos días, falleció. En el momento, no le di mayor importancia. Solo sentí una tristeza indiferente —si es que puedo llamarla así—, semejante a la que experimento cuando escucho noticias desagradables por la televisión. Me causa pena, pero al mismo tiempo, se siente lejano. Pero, con el pasar de los días, me sorprendía a mí mismo pensando en él, en su muerte prematura. ¿Cómo pudo morir tan joven? ¿Cuántos sueños dejó atrás? Creo que me afectaba porque su muerte me confrontaba con la idea de que no existen garantías, de que en un momento puedes estar vivo y, segundos después, ya no. Me recordaba que pude ser yo. Entonces, tienen sentido las pesadillas. Todo el estrés de las últimas semanas sumado a la angustia de muerte: el miedo fundacional.

Tiene sentido lo que me está pasando ahora. Debí haberlo advertido —y, de paso, me habría ahorrado varias malas noches— cuando Robert me propuso aumentar la frecuencia de nuestras sesiones. En ese momento, creí que estaba exagerando. Ciertamente, el último año había sido muy complicado para mí. Muchos cambios: el fin de mi relación de varios años con J., la mudanza de oficina primero y luego de casa, la demanda contra mi antigua casa editorial, conflictos familiares, peleas y reconciliaciones. Pero a pesar de todo lo sucedido, pensé que lo había manejado bien. Quizá me afectó más de lo que yo creía. Mañana, a primera hora, apenas me levante, llamaré a Robert para agendar una cita lo antes posible.

¿Qué diría Robert de la sombra que se acerca y se detiene a mi lado? ¿Acaso que es la representación de la angustia de muerte acechándome? ¿Respirándome en la nuca? Siento su respiración. ¿Qué me diría de mis pesadillas? La anciana como símbolo de mi temor a seguir creciendo, a envejecer. Que me quiera expulsar de la casa, ¿acaso no podría reflejar aquella inconformidad conmigo mismo que me acompaña a diario, el sentirme como un impostor que se esfuerza constantemente para que no lo descubran? ¿Acaso no es aquella instancia dentro de mí que me atormenta y que quiere expulsar todo aquello que no le gusta, todo aquello que le incomoda, todo aquello que la hace sentir débil? La Sombra crece e interrumpe mis asociaciones. Me incomoda. Mis propias alucinaciones me interrumpen. Me doy cuenta de que ya pasaron varios minutos y debería poder moverme. Pruebo con los dedos, y logro moverlos. Pero siento una presión sobre mis brazos. La sombra me sujeta. Alucinación táctil. Siento una presión en el pecho. Percibo su aliento, y huele a hambre. Alucinación olfativa. Me duele el pecho, y me falta el aire. La oscuridad crece. Se expande. El color negro es ausencia de luz.

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Seiji Arakaki Hirano

Psicólogo con mención en Clínica por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y psicoterapeuta de la Escuela Humanista Existencial del Perú: Existencia y Persona. Autor del libro de cuentos Leit motiv.

maestria.escrituracreativa@pucp.edu.pe
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