Mi recomendación mayor es que hay que leer a mujeres.
Libros útiles para quien quisiera dedicarse a escribir
Ante todo, diccionarios, muchos diccionarios. De la lengua materna y entonces —en nuestro caso— del español. Recomiendo muchos: el de la RAE, el de María Moliner, el de Dudas, el de Manuel Seco, el Diccionario ideológico de Julio Casares, el clásico de Covarrubias, el etimológico de Joan Corominas. Diccionarios de sinónimos, de religiones, de filosofía, de política, de ciencias, de biología, de retórica. Diccionarios bilingües de las lenguas extranjeras que hablamos o —al menos— chapurreamos.
Incluso si la persona piensa escribir prosa (cuento, novela, ensayo), no hay mejor manera de adentrarse en la esencia del idioma que leer a los poetas de la propia lengua. No traducciones de grandes poetas de otras lenguas, no: los poetas de nuestra lengua materna. Los clásicos de España y los mejores de nuestro país de origen. Muchos de los grandes poetas son poetas locales. En el caso del español, habría que leer con cuidado a san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, Garcilaso, Quevedo, Lope de Vega. En el Perú, los grandes poetas del siglo XX, empezando por César Vallejo. Para leer bien poesía —y para comprender la música y el ritmo de nuestra lengua— todo escritor debería aprender un poco de métrica española, y practicar las formas clásicas más comunes: el romance, el soneto, los alejandrinos, el madrigal, la copla. Es fundamental que un buen escritor domine la música de su idioma, además de su esencia, y esto se aprende sobre todo leyendo poesía.
Es muy útil leer las entrevistas que se les han hecho a grandes escritores. Hay, por ejemplo, buenas antologías de las entrevistas literarias hechas por The Paris Review. Ahí pueden aprenderse ciertas mañas y manías del oficio. La correspondencia de grandes escritores también es una buena fuente para entender la cocina del oficio. Un ejemplo: Las cartas a Louise Colet, de Flaubert.
Nadie debería tener derecho a escribir novelas en español si no ha leído la novelística nuestra que coincide con el nacimiento mismo de la novela. La picaresca española (el Lazarillo, el Buscón, Guzmán de Alfarache), El Quijote, y esa falsa novela u obra de teatro irrepresentable que es La Celestina.
Después de conocer muy bien el espíritu de la propia lengua, pero solo después, conviene sumergirse también en los clásicos de otras lenguas: Shakespeare, Molière, Voltaire, Balzac, Tolstoi, Kavafis, Pessoa, Eça de Queiroz, Machado de Assis, Twain… de un modo promiscuo en cuanto a lenguas y épocas, y si es posible consultando siempre la sonoridad de la lengua original. Al menos en el ámbito occidental, esta no es una tarea tan difícil.
Por último, leer mucha narrativa contemporánea, y por esta me refiero al último siglo, de 1920 a 2020. Y encontrar ahí el tipo de historias y el tipo de autores que nos interesan más. Encontrar un ídolo a quien venerar —y, de algún modo, imitar— es siempre muy útil, porque esa escritura amada será como un faro y una brújula para lo que nos interesa hacer. Aquí no doy nombres porque ese autor debe ser descubierto por cada quien, según su propia sensibilidad y gusto.
Puedo irme muy lejos y recomendarles empezar por el poema de Gilgamesh, pero de los clásicos contemporáneos hay que leer a Juan Rulfo. En él no solo está cifrado el mundo de los fantasmas de América Latina, sino que hay un trabajo del lenguaje, de una prosa tan terrorífica y, a la vez, tan de la vida.
También voy a mencionar con mucha gratitud a Julio Cortázar. Durante años me pregunté por qué la academia lo había puesto en un lugar de escritor más periférico, en un desnivel con Borges, cuando, en realidad, son solo escrituras distintas.
Ya en el canon no latinoamericano, me gusta mucho todo lo del gótico sureño estadounidense: Carson McCullers, William Godwin, Shirley Jackson; y, entre los franceses, Marguerite Duras.