Martes 23 de marzo de 2021, 18:00 horas. Rectángulos con rostros humanos invaden el fondo negro de nuestras pantallas en Lima, Andahuaylas y Arequipa. Las expresiones son variadas: serias, relajadas; algunos sonríen, otros están con los ojos fijos en sus celulares. Son distintas maneras de disimular la ansiedad, la emoción. Es la primera clase de Seminario Creativo 1 por Zoom; hemos leído el sílabo de la Maestría, queremos empezar a escribir ¡ya! cuentos, poesía, novelas, crónicas, guiones, todo. Cuadernos nuevos, lapiceros empuñados con fuerza, dedos crispados sobre el teclado.
El profesor y escritor Ricardo Sumalavia (Lima, 1968) nos da la bienvenida con voz de maestro de ceremonias. Está sentado en un sillón negro acolchado y, detrás de él, decenas de libros ordenados en estanterías. Siguiendo el protocolo, Sumalavia explica el cronograma, las evaluaciones, las lecturas, las tareas que tendremos que cumplir semanalmente. Nosotros sonreímos curiosos, impacientes por empezar a Escribir con E mayúscula. Hasta que lo suelta: «El principal obstáculo en los talleres de escritura es la impaciencia, pensar que les daré una pastilla o que les enseñaré un truco mágico que lo resolverá todo». Lo dice con una sonrisa relajada, la misma sonrisa que nos mostrará durante todo el semestre. Soltamos lapiceros, arrimamos teclados, cerramos cuadernos con despecho, resoplamos. ¿Qué? ¿No hay magia? Luego, recalca: «Les pido mucha paciencia. Escribir literatura es un proceso gradual que requiere de mucho trabajo y, cuando lo logren, ni cuenta se van a dar».
Ahora estamos preocupados. No sabemos si creerle o no.
Raíces cuadradas
En marzo de 1987, el joven Sumalavia se matriculaba en Ciencias de la PUCP para convertirse en ingeniero civil. Era explicable, porque destacaba en razonamiento lógico-matemático. Sin embargo, su vocación creativa tuvo más peso y, dos años después, solicitó el traslado a Letras para estudiar Lingüística y Literatura. Al escuchar ahora sus clases, uno puede llegar a dudar de que Sumalavia sea realmente un escritor y no un ingeniero con raíces numéricas. Es hiperconcreto: hace calzar una teoría con otra, encaja con precisión conceptos en las cabezas de los estudiantes, las clases terminan en el minuto exacto. Le pregunté por e-mail cómo había construido su particular método de enseñanza. Me contó que se estrenó como docente enseñando matemáticas: «No hay una única fórmula para resolver un problema matemático, le puedes aplicar aritmética, álgebra, geometría. Si lo extrapolamos al conflicto narrativo, verán que también hay muchas formas de afrontarlo». Constaté esta lógica tras revisar las clases grabadas de ese primer semestre del 2021.
Entre otras tareas, cada semana debíamos entregar un texto literario. Al inicio del ciclo, escribíamos cuentos de corte clásico: lineales, con exposición, nudo y desenlace. Leímos ejemplos, nos dio pautas claras, hizo gráficos. Terminó la clase así: «Es como un problema matemático. Después del conflicto, debe haber una solución, una respuesta o algún tipo de desenlace». Y se reía. Esta sencillez para mostrarnos modelos y patrones sirvió. Nos soltamos.
A la mitad del semestre, nuestro avance era notorio, pero nos preocupaba algo. Algunos nos sentíamos incapaces de pasar más allá de la anécdota. La noche del 18 de mayo, conversamos en clase. Necesitábamos, urgentemente, que la anécdota dejara otras cosas más profundas en el corazón del lector, que la historia comunicara más de lo escrito. No sabíamos ni cómo explicarlo. Sumalavia nos lo resumió: «Queremos transmitir 1-2-3, pero que en el texto se diga 4-6-0, jamás 1-2-3. Esa es nuestra ambición literaria. Por eso, no dejen de leer para indagar cómo otros lo logran, no dejen de reflexionar sobre la escritura. Deben aprender a ASOCIAR». Poco a poco, empezamos a asociar la idea 1 con la 4, y así sucesivamente. Callar. Dar alguna pista. Volver a callar. Vasos comunicantes. Cambiar la estructura. Callar al narrador. Empezamos a construir y a desbaratar.
Pisar tierra
¿Cómo enseñar a escribir a un grupo tan heterogéneo? Cada estudiante llega con su propia carga de lecturas y de experiencias literarias, que van desde insuficientes o básicas hasta extraordinarias. Hace un par de meses se lo pregunté. «Parto del principio de que todos somos narradores en potencia, pero lo importante es plantear un punto de partida que pueda resultar común a todos los estudiantes». Sumalavia revisaba a fondo todos los ejercicios semanales de escritura, grababa videos con sus comentarios, se enfocaba en las virtudes y los errores que encontraba en cada texto. Una minuciosidad que se agradece.
Terminamos el curso Seminario Creativo 1. Muchos estudiantes afirman que su mayor logro ha sido perder el miedo a escribir. Otros recuerdan las palabras de Sumalavia: «Hay que darle lo mejor al lector implícito porque nos conoce a fondo y no se va a dejar engañar; uno mismo es el lector implícito: mientras uno escribe, lo construye». Aprendimos a aterrizar los egos: «Si aceptas y crees las críticas buenas, también te toca aceptar y creer las negativas». Para pisar tierra a fondo, nos cuenta que, en el Perú, las editoriales grandes y las independientes hacen tirajes de 500 libros y se venden 300. Sumalavia nos pregunta y se responde: «¿Por qué lo sigues haciendo? Porque es una necesidad, porque quieres, nadie te obliga; con esos 300 lectores estarás feliz porque es lo que hay, no hay más».
Al revisar el video de la última clase, muchos de nosotros le agradecimos por el curso aludiendo, sin darnos cuenta, a las matemáticas y la lógica. «Hemos aprendido a acortar la distancia entre lo que queremos expresar y lo que el lector entiende de nuestros textos», «Tus clases han sido milimétricamente calculadas, hemos abarcado lo preciso», «Los ensayos sobre escritura me salvaron y eso es pura inteligencia matemática y pedagógica de tu parte». El trabajo final fue armar una maqueta simple con nuestros cuentos —revisados, corregidos y editados—, y el resultado fue asombroso para cada uno de nosotros. Como alguien comentó, nos dio la sensación de logro (¡mira todo lo que hemos escrito!), la de fracaso (¡qué mal estaba todo esto!), y nos dio la oportunidad de meter cuchillo sin piedad para sacar lo redundante o de corregir, delicadamente, con bisturí. Escritura-reescritura, los pasos que se sucederán, uno a otro, en el futuro. Enfocados, con los pies en la tierra y sin salirnos por la tangente.