Insurgente

Lucía Tupac Yupanqui Palomino (Cusco, 1992)
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Mi mamá ve dos llantas unidas por una vuelta de alambre. Mi papá ve un barco. Tengo ocho años y a estas alturas ya sé que ambos pueden mirar lo mismo y ver dos cosas completamente distintas. Me suele gustar más lo que ve él, pero nunca lo digo. Papá desliza el barco hacia la laguna y me dice sube con un movimiento de mano. Los ojos de mamá vocalizan no te atrevas. Y añade un signo de exclamación con las cejas. Dudo. Doy cuatro pasos insurgentes, como los comunistas del periódico de mi abuelo. Me siento en una de las llantas y sumerjo mis pies en el agua. Mis tres primos corren y hacen lo mismo.  Papá rema con elegancia, como tratando de no despertar al agua. Sus brazos infinitos parecen las ramas de un eucalipto de trescientos cuarenta y dos años. Cada vez que un extremo del remo se hunde en el agua, nos alejamos más de la orilla y de la voz de mamá. Cuidado. ¡Pepe, cuidado! Ay, Virgen santa. ¡Pepe, carajo! Somos cuatro niños, dos llantas y un capitán. Mis primos hablan, gritan, se ríen. Yo me concentro en mis pies, atenta al roce con un pez, un sapo o cualquier cosa que viva ahí abajo. 

Me pregunto cuán profundo es el lago. Me lo pregunto sin miedo. Pienso que para saber la profundidad real de un lago hace falta bajar y tocar fondo. Mi prima se inclina a la derecha para arrancar un junco y nuestro barco pierde equilibrio. Alguien grita. El más tonto de mis primos se pone pálido. Papá se ríe y yo aprendo a reírme del peligro. Las risas restablecen el orden en nuestro navío y en el mundo. Quiero abrazarlo y decirle que soy como él. Llegamos a la mitad de la laguna. Nos tomaría el mismo tiempo regresar o llegar al otro extremo, pero no estamos interesados en pisar tierra firme. Acá, flotando, estamos bien. Papá deja de remar y mira a lo lejos, su mente se va hacia algún lugar al que no puedo acompañarlo. Las nubes blancas, blanquísimas, juegan a taparle la cara al sol. Cuando se distraen y le dejan un espacio, un manto cálido lo cubre todo. Enchino los ojos. Las ondas que se forman sobre el agua cuando muevo mis pies brillan como anillos plateados que se expanden hasta que los pierdo de vista. Con la luz del sol, puedo ver que el agua no es color agua, es color llullucha. O mejor, es como ver el sol a través de una bolita de llullucha (una práctica que recomiendo si se quiere saber cómo se ve el interior de un lago en un día soleado de junio). Le pregunto a mi papá dónde crece la llullucha. No es que me interese, es que quiero traerlo de vuelta. Y funciona. Quién quiere flotar, pregunta o propone mientras se lanza al agua. Veo a mi mamá o a mi tía, ya no sé, aleteando de pie en la orilla que ya había olvidado que existía. Mis primos dudan, cobardes. Yo sonrío. Mi papá me sonríe de vuelta desde el agua. Y salto. 

Es como caer hacia el cielo. Antes de tocar el agua puedo ver el reflejo de las nubes, del sol y hasta de una mosca. Cierro instintivamente los ojos y cuando los abro estoy en la orilla, aún obediente, aún seca de pies a cabeza. Mamá me está ajustando la mano. Tanto, que me hormiguean las puntas de los dedos. Un día este hombre me va a matar de un infarto, le dice a mi tía. Por Dios que así va a ser. ¡Ya regresen, Pepe! Papá está capitaneando su barco a mitad del lago, veo la silueta de mis tres primos y mi lugar vacío. Vuelvo a cerrar los ojos e imagino que soy una insurgente.

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Lucía Tupac Yupanqui Palomino (Cusco, 1992)

Crea, produce y dirige para cine, televisión, radio y medios digitales.
Trabaja en el Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú,
y en proyectos independientes de gestión cultural.

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