Escribir y que no haya nadie al otro lado. Escribir y recibir de vuelta solo el silencio. Ese es el temor. Un miedo más grande incluso que el de la hoja en blanco. El lugar común plantea que la escritura es un oficio solitario, pero nadie escribe en el vacío. La creación siempre resulta ser gregaria.
Escribir: un verbo cuya conjugación en plural tiene más sentido. Para reflejarnos en el otro. Para que dialoguemos. Para sentirnos menos solos.
Escribimos para que nos quieran.
Para dejar constancia.
Para seducir.
Para ajustar cuentas.
Para conmover.
Para señalar injusticias.
Para expresar pasiones.
Para ocultarlas.
U olvidarlas.
Escribimos para que no nos olviden.
Un cuento, un poema o una crónica se terminan de escribir en la cabeza de un lector. A veces, nuestras palabras llegan a esa especie utópica llamada lector ideal, que comprende, subraya y admira los mismos pasajes de nuestros textos que también nos fascinan a nosotros; otras veces, ese lector resulta más desafiante, más exigente, más real, y se confunde, se enfada, se indigna, se desvía y vuelve sobre las líneas para encontrar una lectura propia que nos interpela y renueva. Y muchas otras veces, ese lector —con justa razón— se aburre, se decepciona, se queda a la mitad, nos abandona y decide saltar a otras páginas, a otras lecturas, para olvidar cuanto antes el mal sabor que le dejamos.
Pero en ninguna de esas opciones hay indiferencia. En todas, incluso en las más crueles, podemos encontrar razones para estar agradecidos. Porque la operación siempre necesita ese procedimiento para completarse. La escritura requiere de una lectura. Un camino de regreso que les dé sentido a nuestras palabras.
Los textos que presentamos a continuación, que forman parte de este tercer número de la revista NN, están aquí para cerrar ese círculo. Son cuentos, poemas, crónicas, entrevistas y memorias que van al encuentro de un lector. No sabemos aún cuáles de estas posibilidades se concretarán dentro de su mente. Simpatía, deslumbramiento, repulsión, sopor o una justa medida de todas ellas. Solo sabemos que estos textos han sido escritos, editados, corregidos e ilustrados con esa transparencia que alguna vez Chéjov le recomendó a uno de sus amigos escritores: «Basta con ser más honrado: quitarse de en medio siempre y en cualquier parte, no estorbar a los protagonistas».
En este número, hemos procurado dar ese paso al costado. Renegar del solipsismo. No escribir para uno mismo, sino para el lector. Ofrecer esa muestra de respeto para ver qué nos trae el camino de vuelta.
Gracias a las autoras y los autores por dejar que sus palabras adquieran protagonismo en estas páginas. Gracias a todos los que han permitido potenciarlas.
Gracias a los que leerán de principio a fin, a los que se quedarán en el medio y a los que se irán.
Gracias a ustedes por dejarnos completar el procedimiento, y evitar que aquí solo quede el silencio.